Flores, el gitano by Juan Madrid

Flores, el gitano by Juan Madrid

autor:Juan Madrid [Madrid, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


27

—¿Velasco? —preguntó Lucas al teléfono—. ¿No?… Póngame con el padre Velasco, por favor…, de parte de Lucas… Sí, esperaré.

La habitación del hotel tenía un balcón que daba al paseo y estaba decorado en tonos claros y relajantes. Era un hotel recién construido y aún olía a nuevo. Lucas escuchó ruidos al otro lado de la línea y la voz ligeramente ronca del padre Velasco.

—¿Lucas? ¿Qué te pasa? Estaba viendo la tele.

—Escúchame —le dijo Lucas—. ¿Has visto a la China?

—No, ¿por qué? ¿Ha hecho algo?

—¿Y al Buga?

—Tampoco, Lucas. Sigue sin aparecer por aquí. ¿Qué has averiguado?

Lucas titubeó.

—No ha estado detenido, pero…

—Pero ¿qué? ¿Ha hecho algo? ¿Sabes algo de él?

—No. Te llamaba por si tú sabías algo.

—Oye, Lucas, déjate de acertijos. No los he visto a ninguno de los dos… A no ser que se hayan vuelto invisibles y yo esté chocheando, que también puede ser. ¿Te importaría decirme qué pasa? ¿Es que el Buga ha vuelto a las andadas?

—Me temo que sí —le dijo Lucas—. Pero ya hablaremos. Te llamaré.

Colgó, se levantó de la cama y se puso a pasear por el cuarto.

Era imposible saber dónde podían estar el Buga y la China. De pronto se detuvo, volvió a sentarse en la cama y descolgó el teléfono. Marcó el número de Carmela.

En el mismo hotel, un piso más arriba, Poveda hablaba por teléfono. Se había quitado la chaqueta y se aflojaba la corbata con la mano derecha. Llevaba en la cintura, en una funda de cuero gastada, su vieja pero efectiva automática Astra del 9 corto.

Flores había ido a buscarlo al aeropuerto. De allí se habían marchado directamente al hotel. Poveda no quería esperar al día siguiente y había preparado una cita con Garrigues para aquella misma noche. A Poveda no le gustaba perder el tiempo.

—Sí, he llegado bien, Encarna. Los aviones no se caen así como así… ¡Y no le levanto el castigo a la niña! ¡No!… ¡Y a ese novio que dice que tiene, que no le eche yo la vista encima, porque si no, va a ser mucho peor!… No sé cuánto tiempo voy a estar en Alicante. Uno o dos días… Sí, adiós. —Colgó de golpe y se volvió a Flores—. A ese Muertofrío lo han trasladado a la cárcel de aquí. Lo primero que haremos mañana será tener una charlita con él. ¿Tú crees que Garrigues se está guardando cosas?

—Creo que sí —señaló Flores—. Y me parece normal.

—¿Normal? A mí me parece que Paco se ha pasado cantidad. Se está jugando una sanción. No veas el cabreo que se ha pillado el director general.

—Garrigues no es mal tipo. Ha estado sufriendo demasiadas tensiones últimamente —dijo Flores.

Poveda gruñó.

—Paco es gilipollas —dijo.

A Carmela le gustaba ayudar a su madre en la panadería. Lo había hecho desde niña, todos los días al salir del colegio y los domingos por la mañana. El olor del pan caliente, cuando era llevado de la tahona en sacos, le seguía pareciendo el mejor olor del mundo, una fragancia a tierra caliente y mojada, un olor que ella relacionaba con la vida.



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